sábado, 8 de agosto de 2009

Otras pandemias

Hoy quiero hablar de una terrible pandemia que nos azota cada día, sin piedad. Y alerto, a mis preocupados lectores, que no se trata del SIDA, el Ébola o ni siquiera de la tan llevada y traída Gripe Porcina (Influenza A H 1 N 1). No, hoy quiero compartir con mis amigos-lectores sobre otra peor y, por consiguiente, más nefasta aún.

Se trata de esa terrible y temida enfermedad llamada Indolencia. Esa misma que hace acto de presencia en cualquier comercio, paradero de ómnibus y talvez hasta en una funeraria o el mismísimo cementerio; aunque, a decir verdad, cuando se trata de asuntos necrológicos, creo que la misma solemnidad del momento impone el respeto y la celeridad.

Quizá pueda autoconsiderarme un tipo tristemente «suertudo», pero lo cierto es que casi a diario sufro en carne propia los implacables embates de este terrible mal que nos carcome y desgasta sin piedad. Mi punto de inicio en tales avatares es el sublime, diario y mañanero acto de tener que abordar un ómnibus de la ruta # 3, con el objetivo de llegar —si no temprano, al menos seguro— a mi centro de trabajo: la Universidad Central de Las Villas.

Permítame hacerlo conocedor de una interesante anécdota: Hoy, 2 de julio de 2009, por ejemplo, fui testigo, a la vez que víctima, de una situación singular: al llegar a la llamada «Terminal de la Ruta 3» me encontré con que 2 de los carros que cubren ese tramo se encontraban «descansando» placidamente junto a la acera contigua de la garita del Controlador. La terminal atestada de impacientes pasajeros. Ante mi pregunta sobre el porqué de tanta aglomeración de personas, teniendo 2 ómnibus aparcados tan cerca, la respuesta es digna de reproducir: según choferes y controlador, a los primeros no se les pagaban horas extras y tenían que recaudar en cada «vuelta» poco más de 200 pesos, de lo contrario debían reponerlos de sus bolsillos, con la consiguiente agravante de llegar incluso a perder su trabajo. Por tanto, uno de ellos saldría alrededor de las 7 y 50 p.m. (unos 20 minutos después de formulada mi interrogante).

Pero lo mejor de esto es que el otro carro aparcado era de los pertenecientes a la Ruta # 1, que en esa mañana estaba reforzando dicho trayecto. ¿Por qué no salía este último? Sencillo, señores, es que el chofer del mismo no había traído consigo la tarjeta reglamentaria, en la que se registran las horas de salida de cada viaje diario. Nada que casualmente el conductor de uno de los ómnibus de la Ruta # 3, que en esos momentos hacía acto de aparición —y valga señalar que salió al instante— fue quien al parecer trajo la olvidada tarjeta al chofer suplementario. Lo cierto es que tan sólo 5 minutos después de haber partido el recién arribado, el otro, el de la Ruta # 1, salió partió presto tras sus «pasos». Y por si alguien preguntara, les digo que el otro, el oficial de la Ruta # 3, ni se inmutó; siguió ahí su chofer, impertérrito.

Si esto que acabo de narrar no es una muestra palpable de la pandemia de marras, pues acepto que me tilden de exagerado. Pero creo que sería bueno que nuestros conductores y directivos de Ómnibus Urbanos tuvieran en cuenta lo oportuno de flexibilizar en algo esas directivas, desde mi punto de vista algo draconianas, con el propósito de hacer más llevadero y flexible el complejo mundo de las transportaciones humanas por carretera.

Claro, coincido con la postura de que debemos cuidar los medios de transporte de que dispone la Ruta y ahorrar el poco combustible del que se dispone, pero tampoco hay que exagerar ni pecar de sobrecumplidores. Si no, ¿qué sentido tiene mantener 5 ó 6 carros circulando en horarios y/o días en los que todo el mundo sabe que el trasiego de pasajeros no es tan elevado ni conflictivo.

Para concluir, invito a nuestros directivos y demás trabajadores de Ómnibus Urbanos a reflexionar al respecto. Recordar que se trata del bienestar de sus sufridos compatriotas, que cada día —ya sea durante la mañana, la tarde o la noche— deben pasar por el inigualable percance de ser presa y pasto de la peor de las pandemias de este siglo, y de todos los venidos y por venir: la Indolencia.

José Luis del Rosario González ©

02 de julio de 2009

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