jueves, 13 de agosto de 2009

Para Yoani Sánchez

Soy hijo de esa generación a la que la «excelsa, reprimida y patriota bloggera» Yoani Sánchez gusta llamar Generación Y; denominación que por demás identifica a su famoso blog. Aunque, para ser sinceros, ninguno de mis dos nombres comienzan con Y; son de los llamados nombres bíblicos. Yo también tuve la posibilidad de vivir la época de las «vacas gordas» y la del Período Especial, que me «pescó» en plena adolescencia, colmándome de más dificultades y carencias de las que ya de por sí tenía. Recuerdo lo difícil que se tornaba no sólo conseguir la comida del día; lo imposible de abordar un ómnibus, entre otras cuestiones. Como jóvenes al fin, no había noche que no saliéramos a «descargar por ahí», como solíamos decir, talvez un poco para desconectar de tanta agitación y escasez. Era tan escasa —prácticamente nula— la variedad de lugares de diversión a los cuales asistir, que muchas veces el Parque Vidal devenía sitio de encuentros y desencuentros de un buen grupo de asiduos. Con respecto al vestuario para salir, no teníamos muchas dificultades que digamos; y no precisamente porque nos sobrara la ropa: junto a mí solían salir cada noche dos amigos del barrio y la estrategia para no andar noche tras noche con el mismo «uniforme» era sencilla: intercambiarnos las prendas de vestir, con la excepción de los zapatos. De esa manera, no pasaba menos de una semana hasta que volvieran a coincidir iguales prendas de ropa en quien de nosotros las vestía.

Fue esa también la época de los picadillos de soya —el cual jamás aprendí consumir—, los discos de yuca y papa, los picadillos de —si hemos de creer a la vox populi— cáscara de plátano burro; de lavar con maguey o jabones fabricados de manera artesanal y con materiales de dudosa procedencia; de las largas filas para poder adquirir, carné de identidad mediante, una o dos hamburguesas de soya-carne (realmente era más de la primera que de la segunda). Pudimos asimismo asistir al nacimiento de un peculiar medio de transporte, que a todas luces parece ser que llegó para quedarse: el carretón tirado por caballos (por caballo en este caso defino sólo al que tira del carretón, no a algunos que muchas veces los conducen). Por otro lado, la Revolución que tanto sacrificio y sangre había costado construir era constante foco de atención de amigos y desafectos, que para nada confiaban en que pudiéramos superar esa difícil prueba. Hasta las más connotadas televisoras extranjeras «desembarcaron» con todo su arsenal y anclaron sus naves en Cuba, con la esperanza de ser testigos de la primicia —o del palo periodístico, para decirlo en términos de la prensa— que representaría el descalabro de la Revolución. Al cabo de un tiempo, se convencieron de que solamente había sido una falsa alarma y optaron por permanecer en nuestro suelo, muchas de ellas como meras corresponsalías en suelo cubano.

Así las cosas, se hizo necesario garantizar, a toda costa y a todo costo, la alimentación de nuestro pueblo; el resto de los problemas y dificultades de toda índole, sin que por ello quedaran relegados al olvido, podían esperar. Despenalización de la tenencia de divisas extranjeras por parte de los naturales cubanos, apertura —en principio cuasi masiva y por lo general desordenada— a la inversión de capital extranjero, sobre todo en el área del turismo y las telecomunicaciones (ETECSA, por ejemplo, constituye la pionera, a las vez que buque insignia, de las empresas con capital mixto dentro de Cuba); creación de las UBPC en las áreas rurales, entre otras, fueron algunas de las medidas adoptadas por el Gobierno Revolucionario en aras de frenar el desbarranco hacia el cual se precipitaba la en esos momentos agonizante economía nacional, como consecuencia de la pérdida de más del 60 % de sus exportaciones, así como de sus principales socios comerciales: las naciones del defenestrado campo socialista eurosoviético.

Aunque en un principio todo lo anteriormente descrito evitó que los temores de afectos y desafectos, tanto dentro como fuera de nuestra isla, se convirtieran en triste realidad, es cierto que a la larga ello ha acarreado una serie de dificultades, que para muchos se convierte en un verdadero acertijo la manera de darles solución. Toda una serie de valores, normas de vida, puntos de vista, todos ellos totalmente exóticos e inexistentes con antelación dentro de nuestros límites nacionales, hicieron solapada irrupción dentro de la realidad social cubana de antaño; manteniéndose como triste herencia de penas pasadas. Súmese a lo anterior los profundos desbalances desde el punto de vista del poder adquisitivo y nivel de vida; constituyéndose quizás en botones de muestra a la hora de escribir o simplemente debatir sobre este asunto. Nadie que no haya vivido a lo largo de los últimos diez años con una venda cubriéndole los ojos y con los oídos fuertemente taponados, sería capaz de negar que lo anterior constituye una asignatura aún pendiente para nuestro pueblo; no sólo para el Gobierno.

Lo que sí considero inaceptable es que alguien que vivió esos duros momentos —y sí que lo fueron para casi absolutamente todos los cubanos— sea capaz, con una alarmante sangre fría y desfachatez, de hacer leña del árbol caído, acudiendo al para mí facilista y nada ético instrumento de culpar al Estado, a Fidel, al socialismo, al comunismo y a quienquiera que sea, de las grandes dificultades que significaron los años más terribles del paulatinamente dejado atrás —pero todavía presente— Período Especial; olvidando que gracias a ello es que no «descansa en paz» hoy nuestra amada Revolución en el cementerio de la Historia, junto a los «cadáveres políticos» de todos los países que alguna vez formaron parte del llamado «Socialismo Real». ¿Qué se han cometido errores, de magnitudes galácticas algunos de ellos? Es totalmente cierto. Pero también se han tenido aciertos, como por ejemplo de no cerrar ninguna escuela ni hospital durante los tiempos más candentes de (dígase año 93 y 94 del pasado siglo). Todo ello debería tenerlo presente Yoani Sánchez, sí es que realmente pretende describir la realidad cubana. Se puede discrepar, pero con argumentos, con sentido de la ética y, sobre todo, con respeto de ambas partes. Y lo más importante de todo: hay que ponerse en el pellejo del cubano de a pie: escribir sobre la realidad cubana desde la cómoda y cara tranquilidad de los más lujosos hoteles de La Habana no creo que dé una idea muy «nítida» que digamos de la situación real. Creo, finalmente, que esa sería una buena opción; sólo que hasta ahora nuestra aludida bloggera no da señales, al menos a simple vista, de querer dar un vuelco en sus métodos. Ojalá me equivoque; juro que si eso pasara, sería el primero en disculparme.

Pido humildes disculpas si es que lo que aquí acabo de expresar pudiera ofender a alguien o hacer que se sintiese aludido, pero es lo que creo al respecto y hago valer mi derecho a expresarlo.

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